martes, 5 de diciembre de 2023

Coterón - Coterón o Cuando llueve en Cantabria

La, posiblemente, última salida de espéleo del año llevaba semanas fija en el calendario. Lo no tan fijo era el destino. Queríamos hacer una travesía de cierta envergadura, pero la lluvia y un simulacro de espeleosocorro en el Mortero nos hacían tachar una buena parte de las candidatas.

Pensando en algo más bien seco, me vino a la cabeza Coterón-Reñada, que ya he hecho en un par de ocasiones. Pero también tenía un problema: el "Duck" y las zonas sifonables de Reñada. Así que se me iluminó la bombilla y sugerí un plan distinto: Coterón - Coterón, haciendo una circular por ambos ramales. Podríamos coger la vía del P69 para volver por el ramal Codisera. Supuestamente, todo está instalado en fijo a excepción del pozo de entrada de Coterón y el P69, preparado para recuperar cuerda. La idea gustó, ya que además de un largo y variado recorrido, nos daba también unos metros de ascenso, ¡que estamos muy desentrenados!

El plan "bombilla" sobre la topo editada por el Club Viana.
Desde Burgos, lloviendo. Cruzamos los Tornos con 3 ºC. El agua sobre el parabrisas ya no parecía del todo líquida. En Arredondo se reactiva la lluvia cuando aparcamos y vemos que el río Asón va perfecto para la piragua de aguas bravas. ¡Menos mal que hemos elegido una travesía sin río!

Por la mañana nos cae otra buena manta de lluvia fina de camino a Matienzo. Afortunados, la lluvia para cuando dejamos el coche y nos permite subir a Coterón secos... si no fuese por el terreno y la hierba, completamente empapados. Por cierto, no encontramos una senda clara para subir; quizás no la haya.

Ahora se instala desde arriba.
En la boca encontramos la instalación cambiada: ahora se accede desde arriba a la izquierda, mediante un pasamanos inclinado de cuerda naranja en fijo hasta el descuelgue de cadena. Instalamos en fijo sin ocupar la anilla por si algún "iluminado" osaba hacer la travesía recuperando cuerda. López se lanza a ello, y enseguida nos advierte de que en el pozo llueve. En efecto, un par de chorrillos de agua escurren por las paredes para convertirse enseguida en lluvia. Por eso, instala un par de fraccionamientos para tratar de alejarnos un poco de la lluvia más intensa. A pesar de ello, todos llegamos abajo bastante húmedos.

En la base de "Goterón", como lo llamamos ahora.
Ya en la base, la primera rampa es una especie de manta de agua. Corre agua por todos lados hasta un gran gour en el fondo de la sala. Un curioso aporte sale de un hueco en la pared izquierda. Sí ha llovido, sí. No recordaba esta parte de la cueva tan húmeda.

Siguiendo hitos y reflectantes sin pérdida posible, bajamos el P13 y llegamos al Borde del Mundo. Nuevamente, una pequeña cascada que tampoco recordaba cae desde el techo. Continuamos por la vía del ramal Reñada y sin problemas alcanzamos el P30,que se bordea fácilmente por la izquierda y enseguida el P69.

P13.

Galería Entre Dos Mundos. Bonita, a su manera.

Preparamos la secuencia de cuerdas para la recuperación y Pablo se lanza a la primera cabecera. ¡Sorpresa, el pozo está instalado en fijo! ¡Y menos mal, porque si en Coterón nos mojábamos, este ya tiene una auténtica ducha! En especial, el acrobático pasamanos del bloque - repisa es la zona de más intensidad de lluvia. Pablo y yo bajamos "a mano abierta", y aún así llegamos a la base totalmente empapados.

La cabecera del P69.
Reunidos de nuevo y tras un minuto de duda sobre si hay que seguir al agua o no, enseguida damos con el paso que conduce a las galerías de Reñada. Ya en ellas, un caudaloso río aparece por la izquierda. Otra cosa que tampoco recordaba... En caso de haber seguido hacia Reñada, seguramente habría que haberse mojado. Pero nuestro plan nos lleva a trepar el Borde del Universo, tras lo cual hacemos una paradita para comer. Cortita, que estamos algo mojados.

Nada más retomar la marcha, comienza a oírse ruido de agua, mucha agua. Al llegar al Lago del Fantasma, todo un río está saliendo de él y metiéndose bajo nuestros pies. Creo no exagerar estimando el caudal en 0,5 m3/s. Bordeamos unos metros el lago hasta el recodo y descubrimos la punta del pasamanos, y cómo éste se sumerge en el agua. El lago está al menos un metro más alto de lo normal. ¡Menos mal que era un lago estancado!

Tenemos tres posibilidades:

  1. Tratar de salir por Reñada. Descartado inmediatamente, a la vista del nivel de carga del sistema.
  2. Cruzar el lago, deseando que en ningún punto fuera de nuestra vista esté sifonado y que no tengamos ninguna otra sorpresa en el ramal Codisera. Pero eso implica nadar y sumergirse hasta el cuello inevitablemente. No apetece.
  3. Deshacer el camino andado, remontando el P69 bajo su lluvia. Si ya nos habíamos mojado al bajar, doble ración al subir. Parece el menor de los males y la opción más sensata.
Con resignación, deshacemos el camino y, por supuesto, salimos del P69 como sopas con patas. Sin embargo, al llegar al gran gour de la entrada, el caudal ha bajado considerablemente. Ya no escurre agua por la rampa y el aporte ha bajado notablemente. De hecho, también llueve menos en el pozo de "Goterón". Pero nos mojamos igual, por si a alguno le quedaba algo seco. Unas 7-8 horas después de entrar, volvemos al exterior.

El gour de la entrada, a la vuelta.
El domingo no nos quedaban muchas ganas de cueva, y la mitad de nuestra ropa seguía húmeda, así que optamos por una rutilla por Saco, el Hoyo Grande y los Castros de Horneo, subiendo al Colina, con casi medio metro de nieve.

Más nieve de la esperada.

Moda 23-24 de espeleología en montaña.

Pablo nos enseñó los Castros de Horneo, o Cortados o Callejones del Asón.

¿Mala suerte por los niveles de agua o buena suerte por encontrar el P69 en fijo? Sin duda, lo segundo. Lástima que no le hicimos fotos al lago. Era digno de ver.

Por si a alguien le sirviese de referencia, esto es lo que recogieron los pluviómetros de Aemet más cercanos:



Unos 100 litros en 6 días, 70 de ellos en los 3 días justo antes de entrar.



lunes, 12 de septiembre de 2022

Friuli 2022

Javi López y Alberto no venían esta vez. Uno por cuestiones laborales (y prioridades, que nos conocemos...), el otro no sabemos muy bien por qué. Como el año pasado Alberto había estado por los Alpes italianos orientales, teníamos buena información sobre los grandes éxitos de esa zona, así que lo elegimos como destino. El grupo se quedaba reducido a tres: Esteban, Ángel y un servidor.

Estuvimos evaluando la opción del avión, porque en esta ocasión ya hablábamos de casi 2000 km de viaje (para el pobre Ángel ni lo calculo). Hay vuelos directos de Madrid a Venecia. Pero evaluando costes, horarios y tal, no nos merecía la pena. Los horarios no eran buenos, el coste se ponía similar y teníamos el problema de la facturación (cuerdas, neoprenos, material duro), la anulación en caso de necesidad... ¿Y si encima el bicho volvía a liarla y nos limitaban opciones? Nada, en coche otra vez. Soberana paliza nos esperaba.

Pronto Ángel buscó una casa en Moggio di Sotto, bastante centrada en la zona objetivo. Con un precio muy razonable, tenía tres dormitorios, cocina, jardín donde tender los trastos e incluso una piscina climatizada. Decidimos coger sólo 5 noches y buscar otra casa para el fin de semana cerca de la frontera con Francia. Así nos quitaríamos un tercio del viaje de vuelta. Así que encontró otra un poco más modesta en Giaglione.

La casa de Moggio.

El viaje

Poquito antes de salir, Ángel nos preguntó si admitíamos a Miguel en el viaje. Un tío de Calahorra, algo peculiar, acababa de volver de Kosovo... ¿Por qué no? Mientras se mueva bien en los barrancos y no le guste el reguetón...

Como de costumbre, en cuanto Ángel pudo escaparse del curro, fue el encargado de empezar la aventura desde Ávila. En un par de horitas estaba en la puerta de Esteban; esta vez le tocaba a éste llevar el coche. Con mi bici en la baca para apoyarnos en las desaproximaciones, arrancamos. Quedamos con Miguel en Zaragoza. Empezó a sacar trastos y trastos de su furgoneta, incluyendo un montón de comida rarita (Él dice que no, pero si los otros tres decimos que es rarita, lo es). El coche de Esteban no tenía ya un hueco libre.

En este viaje, la preocupación principal - aún más que en otros - era el precio del combustible, por culpa de Putin. Los gobiernos de cada país estaban aplicando ayudas o descuentos en el precio; para facilitar las cosas, cada uno a su manera. Pensando que el gasoil podría estar más barato en Francia, no llenamos en Cataluña. Luego descubrimos que no era así, porque el precio francés sí incluía el descuento en los paneles, no como el nuestro... Un lío. Además encontramos cosas no habituales, como que una de las gasolineras más baratas estaba en plena autopista francesa, o que en Italia pagas un suplemento por litro si una persona humana te llena el depósito. Menos mal que hoy en día hay aplicaciones y páginas web que ayudan a encontrar las gasolineras más baratas.

Nuestra ruta.

Optamos por la ruta de Briançon, que es algo más corta en distancia, más barata en peaje y algo más entretenida. Una vez más, hubo que vencer al sueño en el aburrido tramo entre la frontera y Aix-en-Provence, y una vez más se puso a amanecer llegando a Briançon, donde paramos a desayunar unos croissants, que para eso estábamos en Francia. Volvimos a cruzar Montgenèvre y al poco estábamos en Turín cogiendo la A4 italiana. Desde Turín hasta el desvío hacia los Alpes de Friuli hay casi 500 km de autopista rectilínea, llana, atestada de tráfico y aburrida como ella sola. Yo siempre me había quejado de la A9 francesa; esto la supera con creces. ¡Qué absoluto c**azo! 500 km que parecieron 5000.

Seguíamos con el horario previsto y llegamos a Moggio después de comer. La idea era dejar 4 cosas en la casa y empezar de inmediato con los barrancos.

En rojo, los descendidos. En naranja, alternativas.

Sábado 3: Frondizzon

Alberto nos había dado indicaciones sobre los principales descensos. Después del viaje, se imponía algo sencillito, corto, similar al Esino del año pasado. Y ese fue Frondizzon, a 23 km de la casa.

El coche se deja en el edificio de una pequeña central eléctrica. Hay que subir caminando hasta una pequeña presa con miniembalse, que sirve de captación. La tubería de presión cruza el cauce por un puente y tiene un par de túneles, una escalerilla la acompaña todo el rato. Se supone que está prohibido usarla, así que no diré que la usamos. Digamos entonces que nos teletransportamos hasta el pequeño embalse. Desde ahí al inicio del barranco se puede seguir el valle, o atravesar una divisoria siguiendo la senda de puntos azules. Eso hicimos, aunque hay que decir que el balizamiento es escaso y perdedor en algunos puntos. No nos fue mal la cosa, y nos plantamos en cabecera en menos de 45 minutos.

Aproximación y descenso.

Bordeando el embalse en la aproximación.

El río manso de repente se cuela por una grieta en el suelo, formando el mayor rápel del descenso. El agua se canaliza por un largo tobogán que cae a una marmita redonda. Salimos de ella por un pequeño rápel que un tronco cruzado no deja saltar y el cañón se abre.

Entrada en materia, sin calentar ni nada.

Los dos primeros rápeles.

No hay que caminar mucho para que llegue su zona más oscura. A su salida, un aporte en cascada por la izquierda ofrece una de las imágenes más típicas de este descenso.

La zona oscura.

El aporte.

El cauce vuelve a encajarse en otro rápel acanalado con reunión o desviador a elegir y el final se acerca ya. El agua se pierde justo antes de terminar. Cortito, sin dificultad, poca agua, bonito. Lo justo para desentumecernos tras la paliza de viaje.

Cerca ya del final.

De vuelta en la casa, nos ponemos con la cena y Miguel empieza a sacar sus cosas extrañas. Este tío se alimenta de leche de sauce, semillas de berberecho y muesli... Pues con "Muesli" se quedó como mote para el resto de la semana. ¡Vamos, hombre; donde estén una chuleta, unos macarrones con chorizo o un bocata de Nocilla...!


Domingo 4: Viellia

La previsión del tiempo iba de mejor a peor. Como Viellia se suponía el plato fuerte en cuanto a agua, la prudencia nos obligaba a colocarlo uno de los primeros días. Madrugamos, pero sin matarnos, que hacía falta dormir y nos encaminamos hacia Tramonti di Sopra, a más de una hora de coche. Había que cruzar un puerto con un millón de curvas.

Viellia tiene 4 tramos. El primero parece que sólo merece la pena si quieres darte la paliza de hacer el integral para cumplir con alguna penitencia de una vida anterior. 2 y 3 son los más cortos, 1,5-2 horas cada uno, y el tramo 4 es el más largo, técnico y acuático. Nuestra intención era hacer 2, 3 y 4. Calculamos que el descenso nos llevaría unas 7 horas.

Los tres tramos del Viellia.

Llegamos al puente donde termina el descenso y nos asomamos a mirar. Poca agua no había, pero el cauce no estaba tan encajado como para saber si sería un problema o no. Dejamos la bici candada a un árbol y nos dirigimos al aparcamiento, 2 km más abajo. ¿Para qué hacerlos andando si puede ir uno en bici a buscar el coche?

La aproximación comienza con una fuerte subida por el bosque. El sendero 377 está marcado y no hay pérdida. Tras alcanzar un collado que nos mete en el valle del Viellia, la cosa se suaviza, aunque sigue subiendo a intervalos. Dejamos un primer sendero a la derecha que llevaría a Stalle Vellai. Es el acceso al tramo 4. Nosotros seguimos subiendo. Al final del tramo 2 vemos a una pareja haciendo el descenso. No nos habíamos cruzado con nadie más hasta el momento. Ya casi en el inicio del tramo 2, vemos que otro grupo acaba de empezar. Nos saludamos, parecen italianos. Por fin llegamos al cartel de madera que indica Viellia 2, algo más de 1:45 de subida. Comemos un poco y nos disfrazamos.

Viellia 2 es un barranco caudaloso, en efecto. Pero el agua no presenta problemas, porque no hay ningún paso especialmente encajado. Comenzamos saltando, y enseguida encontramos un evidente salto a una poza que está muy lejos, allí abajo... Hace mucho que no salto tanto, pero lo tengo claro. Mientras Miguel empieza a rapelar, afianzo el apoyo y me lanzo al vacío. 12 metros más abajo entro en el agua sin problema. Bueno, pues ya hemos cumplido con la temeridad del viaje, jejeje. Los demás optan por rapelar. Seguimos por un pasillo más encajado, donde hay que alcanzar un anclaje a la izquierda en terreno resbaladizo. Algún resalte más y la garganta se abre. Hay que buscar una reunión por la derecha para bajar el mayor rápel, de 35 metros según las reseñas, algo menos según nuestras cuerdas. Se acabó el tramo 2.

El agua traza un semicírculo en esta especie de sala.

Al pie del rápel de 35, el más largo y abierto.

Tras un pateo anodino, comenzamos el tramo 3 con la misma tónica: hay agua pero en ningún momento dificulta la cosa. Algún rapelillo y algún saltito y llegamos al paso clave de Viellia, no por lo técnico, sino por lo estético. Un rápel de 20 metros nos mete en un pasillo acuático de paredes altas y rectas, que desemboca con otro resalte en una gran poza circular. Espectacular.

Rápel de entrada al pasillo final.

El pasillo desde la gran badina final.

Pero poco después, se acaba el tramo 3, que ha resultado cortito. Hacemos una parada para comer un poco y evaluar la situación. Justo aparece el grupo que habíamos visto al inicio del 2, al que habíamos adelantado después. Nos preguntan si salimos ya, y decimos que vamos a seguir por el 4. Entonces arrugan el morro y nos dicen que no da tiempo. La verdad es que quedaban 4 horas de luz, y 4 horas de descenso, en teoría. Pero nos dicen que el caudal está alto, y que en esas condiciones se tarda no menos de 5 horas... Miramos el mapa y la verdad es que en distancia el tramo 4 es bastante más largo que el 2 y el 3 juntos. Aunque el agua no nos ha dado problemas hasta ahora, es el 4 el que lleva la fama... y no lo conocemos. En zonas de rápeles solemos ganar tiempo, pero estamos en terreno de bloques. La prudencia manda y abortamos. Así que vuelta a la senda y una horita de pateo hasta el coche. Luego Alberto nos confirmaría que hemos hecho los dos tramos más bonitos.

Analizándolo con calma, nos ha pasado por no madrugar lo suficiente. Pero teníamos sueño... Había que haberlo dejado para el lunes.


Lunes 5: Simon

Si bien yo tenía bastante claro que prefería hacer barrancos integrales que parciales, al ver la cantidad de bloques que adornaban los cauces de la zona, la idea de pasar un día entero al estilo Bodengo no resultaba muy atractiva, la verdad. Así que hubo acuerdo al proponer hacer sólo el tramo inferior del Simon, a priori el plato estrella de la zona.

Esta vez sí madrugamos adecuadamente, de forma que poco después de amanecer ya estábamos en marcha. Escasos kilómetros nos separaban del aparcamiento. Dejamos la bici en el merendero del final del barranco para ahorrarnos el último km por carretera y aparcamos frente a la iglesia de Roveredo. Empezamos la subida desde el cementerio, y ¡vaya subidita! El sendero que seguimos es una especie de atajo hasta la senda principal (424), que debe de subir desde el barrio occidental de Roveredo. Cuando cogemos ésta, la pendiente se humaniza un poquillo.

Nosotros subimos desde el cementerio. Una vez abandonado el 424, no hay pérdida.

El camino atraviesa lo que debió de ser una aldea (Stavoli Rauni), ahora en ruinas, dentro de un bosque precioso. Poco después empieza a adentrarse en el valle del Simon, a bastante altura sobre el cauce. Al cruzar el primer afluente de entidad, que en nuestro pueblo sería por sí solo un barranco decente, la senda se bifurca. Por arriba se iría al inicio del integral; nosotros vamos hacia abajo. La senda se estrecha notablemente y se vuelve vertiginosa: un mal tropezón y la entrada al cauce es directa. Con ritmo más bien pausado, alcanzamos el inicio en 1:30.

La entrada en materia es inmediata. Es un descenso relativamente largo y al mismo tiempo continuo, sin puntos muertos. Ahora un salto, luego un rápel, estrecho sinuoso, destrepe, otro salto... Y así durante 2,5 horas. La roca es clara, lo que le da algo más de luminosidad frente a otros descensos similares en roca oscura, que resultan algo más claustrofóbicos.

Pasamanos pensados para un caudal mucho mayor.

Las zonas estrechas son luminosas.

El mayor rápel del descenso.

Con un caudal más bien bajo, echamos de menos algo de agua, así que podemos ir perfectamente por el activo en todo momento. No hay complicaciones técnicas, los saltos son fáciles: normal que tenga una fama excelente entre el gran público, ya que es bonito, continuo y asequible.

El final se va acercando.

Jugando un poquito.

Sin tiempos muertos, completamos el descenso en menos de 3 horas. Hemos tardado 4,5 horas con aproximación incluida. Me monto en la bici y me voy a buscar el coche al pueblo mientras los demás montan el tenderete en la barandilla del merendero.


Lunes 5: Leale

Madrugar se ha notado: nos da tiempo a hacer otro. El candidato ideal es Leale, cerquita. También tiene un tramo superior que desestimamos por tener bastante menor interés, supuestamente. Así que tras comer un poco en la salida del Simon, nos vamos hasta Avasinis. Hay que coger un camino que empieza junto a la última casa del pueblo (lado Norte). En un momento dado cruza el cauce principal, bordea un prado y muere a los 150 metros del vado. Es el parking del Leale.

El sendero ProCanyon aparece en la cartografía italiana de www.geamap.com

Seguimos los famosos puntos azules AIC ProPanyon. Sorteamos la presa por la derecha orográfica y remontamos el cauce seco hasta que aparece una badina. De una curiosa gatera sale algo de agua. Es un túnel de unos pocos metros, que se podría atravesar reptando. Lo rodeamos por la derecha y nos surge la duda, porque el valle se bifurca. Una pareja nos indica el camino correcto, hasta la badina de salida del último estrecho. Unos metros antes, medio escondida en el bosque, comienza una senda que sube empinada. Se trata de un acceso recientemente creado y muy directo hasta el inicio del tramo inferior. De hecho, es tan directo que remonta lo mínimo imprescindible y recorre la parte superior de la pared izquierda orográfica del barranco. Nuevamente, un pie mal dado es un atajo directo al cañón. Tardamos 35 minutos en llegar tranquilamente al inicio desde el coche.

Nos cambiamos junto a una zona donde unas marmitas laterales tienen agua negra o verde, totalmente putrefacta: hace tiempo que no hay crecida, al parecer. De hecho, aunque el caudal es majete, el agua tiene un poquito de olorcillo. Las paredes se van estrechando y aparece enseguida el primer rápel anodino. Pero la cosa ya cambia en el siguiente, que toca bajar por el activo que serpentea. Aquí el agua empuja un poquillo y nos gusta bastante más.

Mejor que empuje un poquitín.

Rápel escalonado.

Sin descanso, pasamanos hasta rápel por canal activo, salto, otro rápel, otro salto y enseguida alcanzamos un sala interna ocupada por una gran badina donde toca nadar. Se han acabado las dificultades y nadamos tranquilamente por la badina final hasta que las paredes se abren.

También hay pasamanos que nos sacan un poco del meollo.

Algo de oposición.

El último rápel.

La roca es oscura, es media tarde y se va notando en la luz, el caudal es más alto que en el Simon y además hay varios grupos más haciendo el descenso: las sensaciones son totalmente distintas. Simon es un cañón más largo, tranquilo, presta a admirar la naturaleza mientras lo recorres... El recuerdo que me deja es de serenidad. Leale sin embargo es corto, intenso, ruidoso. Han sido dos descensos opuestos, que han resultado un complemento perfecto. Y para terminar la actividad, salto desde la presa.

Nos sobra tiempo antes de la cena. Un poco de compra y decidimos buscar una pizzería en Gemona. Acierto. Incluso las cervezas son mucho menos caras de lo temido.


Martes 6: Chiantone + Vinadia

Hay varias opciones de encadenar barrancos en esta zona. Una de las más llamativas a priori es Chiantone, que Alberto nos describe como unas Gloces de 4 km, y seguir por Vinadia, un cañón más ancho, con más agua. El problema de éste es la larga combinación de coches que requiere, y sólo tenemos uno. Así que dejamos la bici en la explanada de salida de Vinadia. Mientras yo me voy mentalizando para los 14 km, con un desnivel de 400-500 metros, Ángel contacta con el dueño de nuestra casa para preguntarle por taxis o autobuses. Como no sabemos la hora de salida, le decimos que le avisaremos al final, pues ni siquiera sabemos si Chiantone llevaría agua.

Se antojaba mayor reto recuperar el coche que el propio descenso.

Subimos en coche por la carretera de Fusea y nos dirigimos hacia Buttea. Poco antes de llegar al pueblo, un puente cruza el cauce, que está muy abajo. Sí lleva un poquillo de agua. No parece haber una senda marcada de entrada, por lo que nos aventuramos por la única zona que parece factible: izquierda orográfica aguas arriba. En efecto, sin senda marcada descendemos una pedrera de bloques y encontramos cómo alcanzar el cauce.

Empezamos con un fácil tobogán, que no se deja toboganear. O estamos muy gordos, o es más estrecho que nuestras caderas. Y como hay un hilo de agua, por ahí tampoco hay ayuda.

El encajamiento es inmediato. Y el recuerdo a las Gloces, evidente. Otro rápel con pasamanos (para alejarnos de ese caudal ridículo) nos deja bajo paredes verticales de unas cuantas decenas de metros de altura. En la primera parte, los rápeles están bastante seguidos. El día está nublado, lo que acrecenta la oscuridad. Tan oscuro está que en un punto no encontramos instalación y tenemos que sacar el frontal para comprobar que se puede hacer un tobogancillo de un par de metros sin peligro.

Lo de los pasamanos para evitar el activo ya empezaba a excederse.

Salto de los de apuntar.

Echamos de menos algo más de agua... y algo menos de basura. Desde el inicio abundan plásticos, hierros, neumáticos, una señal de carretera, una lavadora, una bombona de butano... Al menos el agua no huele mal.

Las bombonas de butano son verdes en Italia.

Tras la parte inicial, el cañón se vuelve algo más rectilíneo, como un pasillo. Es increíble la continuidad del encajamiento. Los resaltes se van espaciando, alguno incluso se deja saltar. Y, de repente, se abre un pozo de 55 metros así, sin más. Un rápel precioso, y con la tirada de cuerda muy limpia.

Rápel de 55 m.

Y el pasillo continúa.

A veces ancho, a veces estrecho. Siempre, paredes eternas.

Curiosa surgencia con aspecto de micción.

El sentimiento en las Gloces es "Qué pena, qué corto". Sin embargo aquí no es así. Cuando ya hace un rato que te has "acostumbrado" a ese encajamiento, justo en el momento en que se empieza a hacer largo, aparece Vinadia. La definición "Unas Gloces de 4 km con un rápel de 55 m en la mitad" es perfecta.

Comemos algo y continuamos por Vinadia. ¡Qué diferencia! Entramos de lleno en el mundo de los bloques: sube bloque, baja bloque, destrepa bloque, salta a ese bloque, a ver por debajo de ese bloque... Aquí el hartazgo aparece mucho antes, claro.

El Mueslis haciendo la fotosíntesis.

Hay un sector algo bonito en la mitad del descenso, pero el resto no son más que bloques sin gran interés. El descenso está encajado entre paredes altas, sí, sin la estrechez de Chiantone, por supuesto. Pero no tiene interés por sí mismo como sí lo tiene Chiantone. En fin, no vale de nada pensarlo mucho: no hay más alternativa que seguir.

Llegamos a la presa, que le quita casi todo el agua. Se puede rapelar por ambos lados, desde hierros varios. Se notan en ella los estragos de las crecidas. Después, lo más interesante es ir viendo los restos de una vía ferrata que recorrió el cañón. Eso sí tuvo que ser interesante. Y sirve bien para apreciar la fuerza del agua, cómo ha sido capaz de desfigurar tanto la ferrata como el propio cauce.

La presa.

Las paredes se van abriendo, se va intuyendo el final. 500 metros antes de la explanada de salida, el agua desparece. Por fin se acabaron los bloques, pero ahora hay que subir a por el coche...

Mientras me cambio, Ángel me dice que ha escrito Stefano dándonos indicaciones para coger un taxi, y ofreciéndose también a subirnos a por el coche si coincidimos cuando salga del trabajo. No hay nada que pensar: me pongo en marcha enseguida. Son sólo 4 km llaneando hasta Tolmezzo, donde me recoge Stefano. Y ahí, toda la subida hablando italiano... Es curioso lo que me cuesta hablar en mi propio idioma y la facilidad con que se me suelta la lengua en otras circunstancias ¡y sin haber estudiado italiano en mi vida!

Eso sí, a Alberto le dijimos que me había currado la subida en bici.


Miércoles 7: Novarzza + Lumiei

Último día completo, por lo que optamos por otra actividad de día casi completo: dos descensos encadenados, igual que el día anterior. En este caso hay que llegar un poco más lejos: unos 45 km hasta el valle del lago de Sauris, más arriba del pueblo de Ampezzo. Localizamos la curva donde llega el sendero de salida y dejamos la bici atada al quitamiedos. Seguimos subiendo hasta un entrante entre el gran puente sobre el valle y el túnel siguiente. El sitio es claro. Nos asomamos al Lumiei y mala noticia: está turbio. Es una turbidez lechosa, no sabemos si a causa de la lluvia de la noche, que no parecía haber sido gran cosa.

Otra vez la bici haría su servicio.

Ya a pie, seguimos por el camino que asciende hacia Novarzza. Es una senda ancha, donde cabría un vehículo pequeño. Al principio es más o menos horizontal, pero al rato empieza a subir en lazadas, hasta introducirse en el valle del barranco. Muere en la entrada de un túnel de la compañía eléctrica, una media hora después. En la boca del túnel, al abrigo del frescor mañanero, nos ponemos el arnés. Sólo quedan unos metros hasta el primer rápel que se usa para acceder al cauce, ¡pero vaya metros! Otra vez, un pie mal puesto y entramos de un salto directo.

El túnel. Por la derecha falta poco hasta el primer rápel desde un árbol.

Encontramos un árbol con unos 238 cordinos y cintas, reasegurado incluso a una reja en una ventana del túnel. Rapelamos primero en rampa por un canalizo donde hay que tener mucho ojo con las piedras. Una segunda reunión nos pone a salvo momentáneamente, aunque en la base vuelven a concentrarse, así que tras rapelar no damos el libre hasta alejarnos del peligro. Unos metros más de bajada jabalinesca y llegamos al cauce, prácticamente seco.

Ojito con las piedras.

Nos encontramos en un barranco de paredes altas, sin escapes posibles. En tiempos las crecidas aquí debían de ser brutales, pero ahora debe de haber una presa aguas arriba, y parece que las lamina. Las pozas están colmatadas, con lo que saltar o toboganear, ni hablamos. Porque encima no hay agua apenas. Sólo corre un hilillo entre las piedras, que asoma en algunos rápeles.

Muchos rápeles, muy poca agua.

El descenso es continuado, sin apenas tiempos muertos. Pero las instalaciones no son tan agradables; están excesivamente alejadas del agua, como para protegerlas de esas crecidas brutales que no sabemos si se llegan a producir. De hecho, están tan innecesariamente alejadas, que nos obligan a montar pasamanos por cornisas, o a rapelar desde bloques o troncos para hacer algo del barranco por el propio cauce. El punto culminante de este despropósito llega en un arco natural, perfectamente redondo, por el que pasa el agua ¡pero nosotros no! Pasar por él habría sido fantástico, pero al parecer es preferible que las instalaciones duren mil años, en lugar de que los barranquistas disfrutemos de esa maravilla.

Esteban viendo cómo el agua pasa por el agujero y nosotros no.

La instalación más indignante de la semana.

El descenso pierde verticalidad, las paredes se abren y aparece una rampa por la derecha. Sigo por si acaso, y confirmo que sólo queda un rápel para desembocar en Lumiei. Bien avisados por Alberto, retrocedemos y subimos la empinada rampa de piedras y hojas secas. Desde el collado, una pasarela cruza Lumiei, que parece tener una anchura de centímetros. Sin cruzarla, una senda desciende sinuosa por la izquierda orográfica, abarrotada de setas, al inicio del Lumiei. Los puntos azules nos confirman el camino, ya de por sí evidente.

Subiendo para no perdernos el principio del Lumiei.

Comemos un poco en un cauce ancho, con algo de caudal lechoso. Lástima de turbidez, aunque esas paredes que se juntan un poco más adelante prometen...

Entrando en la oscuridad.

Reanudamos la marcha y nos metemos de lleno en un pasillo oscuro. Un rápel en tobogán nos deja en una sala redonda ocupada por una gran badina. Espectacular. Me recuerda al Infernet de Grenoble. Lástima de agua turbia. Aún así, se puede trepar por un lateral de la gran badina y saltar a ella. Seguimos por un pasillo inundado y las paredes se van abriendo poco a poco. Cuando la luz vuelve a encenderse del todo, aparece por la izquierda el final del Novarzza. Habría sido una lástima perderse este magnífico pasillo.

Rapelando a la badina lechosa.

La salida de los oscuros, con Novarzza lanzándose al Lumiei.

Continuamos entre paredes, más separadas, ya no hay oscuridad. Puede que hubiese algún saltito, pero con ese agua lechosa, ni intentarlo. Tras el impresionante principio, el descenso se va convirtiendo en uno más. Poco a poco, los rápeles van desapareciendo, el descenso se va desencajando y los bloques se van haciendo más numerosos. Algunos aportes laterales rompen la creciente monotonía, en especial unas chorreras por la izquierda, y una abundante surgencia por la derecha.

Buscando ya el final.

Poco después, cuando ya estamos pidiendo la hora, aparecen los puntos azules por la derecha. En unos 20 minutos estamos en el coche. Hoy le toca a Miguel subir a buscar el coche.

Ha sido un día un tanto agridulce: Novarzza es precioso, pero no tenía suficiente agua y habría que decirle un par de palabritas a su instalador. Y Lumiei es la perfecta definición de un descenso que va de más a menos.


Jueves 8: Lavarie

Toca recoger. Nos espera media jornada de exasperante autopista, lo que nos deja la mañana para un descenso pequeño. Y ése debe ser Lavarie, que nos pilla en la ladera de enfrente de Moggio.

No estamos seguros de si existe una senda para hacer la aproximación. Como tenemos la bici, la dejamos en la explanada de la salida y nos subimos a la cabecera. Empieza a llover.

Otro en el que no parecía haber senda para evitar la combinación.

Recorremos un tramo de cauce abierto, unos 15 minutos, hasta que el cauce se encaja de repente. Ha parado de llover, tras 4 gotas.

Nadie diría lo que estamos a punto de descubrir.

El inicio recuerda un poquillo al Frondizzon: un río totalmente manso, con poquita agua, que da paso a un descenso de paredes pulidas y encajadas. Empezamos con un saltito y poco después un pasamanos nos deja en un rápel alejado del agua. Cuando en mitad del descenso ya se ve el fondo de la badina, la imagen es fantástica: dos cascadas que caen a la misma badina, una de ellas surgiendo de la pared como si nada.

Desde arriba...

...y desde abajo.

No hay descanso ya: alternamos rápeles con algunos saltos en un recorrido sinuoso, con recovecos. Antes de lo que nos gustaría llegamos al encadenamiento final. Primero hay que cruzar un resbaladizo tobogán por donde baja el agua hacia un lateral. Tenemos que alcanzar un desviador que proteja la cuerda de la afilada arista del borde del tobogán. Desde ahí vemos la cascada escalonada que se abre al fondo en el salto final. Hay varias opciones para descenderlo, la instalación principal no resulta demasiado evidente, y nos aleja del agua más de lo que nos gustaría.

Lo más técnico de este descenso era enganchar ese desviador.

El rápel final es el más largo de todo el descenso. El cauce se ha abierto en una especie de circo. Bajo el primero y no espero a los demás, ya que hoy me toca a mí subir a buscar el coche.

Último rápel, un poco más lejos del agua de lo que nos gustaría.

Se pone a llover con más alegría. En lugar de ir por la carretera, me siento más a salvo pedaleando por una antigua vía de tren, con el inconveniente del balasto. Mientras tanto, los demás deciden ponerse a salvo en el túnel por el que empiezo mi etapa. No sé si habría tardado menos por la carretera, pero esta "vía verde" es el camino más corto hasta el inicio de la carretera que sube a Tugliezzo. Hago toda la subida bajo la lluvia. No importa. Voy a gusto, dentro del esfuerzo que supone. Cuando regreso con el coche, descubro que mis compañeros han montado un verdadero tenderete con el material dentro del túnel.

Si comieses chorizos y bollycaos no tendrías tanto frío.

Lavarie nos ha encantado. Ha sido cortito, tenía poca agua, pero es precioso. Imprescindible si se está por la zona.

Hale, a tragarse los 500 km de A4. Y esta vez, con atascos. Hasta el coche se hartó y le dio por calentarse, obligándonos a quitar el aire acondicionado e incluso (truco para el que no se lo sepa) a dar la calefacción. Tocaba añadir líquido refrigerante a la lista de la compra.

Atardeciendo llegamos a Giaglione. Si la casa de Moggio era de aspecto moderno, con mobiliario reciente, esta parecía una mezcla de albergue de montañeros y la casa de la abuela en el pueblo. Además nos la encontramos llena de comida; aunque luego nos enteramos de que si queríamos coger algo, teníamos que abonar la voluntad.


Viernes 9: Méan Martin

Estábamos barajando opciones: Claretto era imprescindible. Junto a él, Marderello, muy similar en principio, un puntito por debajo en interés. Otras opciones eran Gioglio o Foresto. Y entonces Ángel nos empieza a poner sobre la mesa descensos de tipo glaciar o casi, algunos con aproximaciones de muchas horas, al otro lado de la frontera. Entre todos ellos, insistió especialmente en un tal Méan Martin, en el valle francés del Arc (Val Cenis). Era un descenso de apenas 3 horas, aunque con el viaje de ida y vuelta y la aproximación, nos consumiría casi todo el día. Se sometió a votación y se aprobó.

En rojo, los descendidos. En naranja, los contemplados.

Una hora de coche, cruzando el puerto de Mont Cenis. La verdad es que el paisaje merece la pena, es de esos viajes que se hacen a gusto. Al llegar al pueblo de Bessans, hay que seguir un poquito hasta la aldea de Villaron. Aquí se deja el coche, en un gran aparcamiento fuera del pueblo (está prohibido entrar con el coche, salvo para los locales). Nosotros subimos un par de km por la carretera para ver el final del descenso y dejar la bici, por si mereciese la pena ahorrarse andarlos. El caudal no parecía pequeño, tampoco nada imponente. ¿Cómo sería el descenso? Habíamos leído un poco de todo, en general no parecía que hubiese malas condiciones. Eso sí, una palabra se repetía con más frecuencia de lo habitual: resbaladizo.

Mucha pateada para poco barranco... ¿o no?

Aparcamos y miramos el termómetro: 6 ºC. Un poco fresquete. Mejor para que no haya mucho deshielo. Miguel, que no va sobrado de grasa, no para de dar saltitos para intentar entrar en calor. Y eso que va forrado de pies a cabeza. Como sabemos que nos espera una notable subida, nos abrigamos lo justo y empezamos. Hay que cruzar el pueblo y subir por una pista, o el sendero que va atajando, hasta que interceptamos el GR que sube desde Bessans. No tiene mucha pérdida. Según subimos, el sol aparece y vuelve la mañana mucho más agradable. Y las vistas mejoran a cada paso. ¡Si no fuese por el peso de la mochila...! Mirando atrás, vemos todo el valle. Hacia un lado, el glaciar de Charbonnel y hacia delante, la estación de Bonneval y el puerto del Iseran.

Abajo a la izquierda, Le Villaron. El pueblo de la derecha es Bessans.

Por fin se vuelve horizontal la pista de subida y aparece el Vallon (el nombre real del arroyo que baja del glaciar de Méan Martin). Dejamos la pista y bajamos a buscar el cauce, que no vemos que se encaje realmente. Según nos acercamos a él, nos damos cuenta de que en el centro sí hay una grietecilla por donde se esconde, bajo un bloque, así que buscamos una zona cómoda para disfrazarnos.

Al pie del primer rápel.

El agua está fría aunque no gélida. Huele un poquito. ¿Será la pequeña granja que hemos visto arriba? Por encima de todo, lo más llamativo es lo que desliza. Normalmente, en los barrancos resbala la zona húmeda, donde hay menos corriente. Pero lo de este es espectacular. El hielo agarra más. Incluso la roca totalmente seca nos hace desconfiar. Bajamos los primeros rapelillos y destrepes como verdaderos muñecos. La única forma de mantener una postura digna es fuera del agua, porque además el caudal, sin ser alto, ya empuja un poquillo. Y no es lo único peculiar de este descenso: la mayoría del tiempo el encajamiento no tiene una altura mayor de 3 ó 4 metros.

Si nos ponemos de puntillas, sacamos la cabeza del barranco.

La pose rapelando no siempre era muy ortodoxa.

Recorremos la primera parte con una mezcla de intriga, asombro y admiración. Es un descenso muy diferente a los demás: una grieta muy sinuosa apenas encajada, repleta de agujeros en la roca y marmitas perforadas. Nos recuerda al Vitelli, sin su paisaje lunar y con bastante más agua. Las instalaciones son más o menos correctas, aunque nos encontramos con resaltes sin instalar, que normalmente se destreparían sin problema, ¡pero es que aquí se nos resbalan hasta las manos! Así que de vez en cuando toca inventar algo.

Arcos de roca y perforaciones de marmitas.

Normalmente destreparíamos esos resaltes.

No sorteamos las marmitas: las atravesamos.

Caudal disfrutón: empuja sin llegar a dificultar.

El avance es lento. Es inevitable: nos pasamos el tiempo asegurando cada paso, o recomponiéndonos de los resbalones. El descenso coge algo de verticalidad, con algún rápel que ya supera la decena de metros, y las paredes se elevan. Y poco después aparece la pequeña presa que marca el final del descenso. Más abajo se ve una cascada, ya en terreno abierto, pero decidimos bajar por la senda que aparece a la derecha.

Uno de los rápeles de mayor altura.

Un tranquilo paseo en bajada y alcanzamos la bici, al otro lado del río Arc. Hoy se hará Esteban los durísimos 2 km en bajada hasta el coche.

Nos sobra media tarde, así que nos tomamos una cerveza tranquilamente en Val Cenis comentando lo peculiar del descenso. Nos ha encantado a todos.

Al fin y al cabo, estamos de vacaciones.


Sábado 10: Claretto

Esto se acaba. Toca recoger la casa de Giaglione. La tarde anterior me había dado una vuelta por el pueblo, esparramado por la ladera; sin ser espectacular, me gustó.

Recogemos pronto la casa y nos sobra tiempo. Hemos quedado con Romeo en el aparcamiento del barranco. La mañana está ventosa pero no amenaza lluvia. Repasamos la información del barranco. Alberto nos había avisado que tuviésemos cuidado de no saltarnos una reunión en el primer rápel largo del final. Él se la había saltado el año anterior y estuvo un buen rato tirando de la cuerda, con polipasto y todo.

Claretto y Marderello.

Romeo aparece con su todoterreno y empezamos a hablar un poquillo del descenso:

- Aquí vienen equipos de muchos sitios. ¿Vosotros sois españoles, no?

- Sí, pero cada uno de un sitio.

- Prestad mucha atención en el primer rápel largo. Hay una reunión a -23 metros que no debéis saltaros. El año pasado estuvo aquí un grupo con el mejor barranquista de España, se saltaron la reunión y tuvieron muchos problemas para recuperar la cuerda.

- ¿Y quién es ese mejor barranquista de España?

- Alberto Cabrera.

Podéis imaginaros qué jartada a reír... No sabemos si Romeo entendió muy bien nuestras risas, pero nos pidió que nos diésemos prisa en cargar, que tenía que subir a otro grupo después de nosotros.

Romeo se conoce el camino de subida como la palma de su mano, sube a toda velocidad y nos pide disculpas. Tiene prisa porque ha quedado con el otro grupo. Él entiende un poquito el castellano y el inglés, y nosotros malamente el italiano, así que hablamos en francés. Entre horquilla y horquilla, nos cuenta que en invierno trabaja en Francia, en la estación de Valcenis. Hacemos una breve parada en el puente que marca la mitad del descenso, nos enseña dónde hay un anclaje para montar un desviador, y seguimos subiendo. Ya en cabecera, también se preocupa por enseñarnos dónde instalar el primer rápel, y nos dice que nos invita a un trago al terminar el descenso.

El día está algo fresco, el sol no nos ha alcanzado todavía, hace un poco de aire, no amenaza lluvia. Vamos a afrontar un descenso en principio técnico, que promete ser estético. No hay que dormirse, que además del descenso en sí, luego nos espera el viaje de vuelta a España. Esto se acaba, ¡a por el último!

Pongo la cuerda en la cabecera del primer rápel. Pues bien empezamos, con una panza elegante y bastante roce... Bajamos todos y me pongo a recuperar. La primera en la frente, cuesta horrores por la panza, pero poco a poco lo consigo. Entre tirón y tirón, veo una reunión en la pared opuesta. ¡Seremos melones! Pero tenemos excusa: ninguno somos el mejor barranquista de España.

Empezamos sobre una notable panza.

Ese primer rápel, de una veintena de metros, nos mete en un encajamiento de paredes de un gris oscuro muy uniforme, sólo salpicado por alguna veta blanca. Unos metros caminando y empezamos a encadenar rápeles, uno tras otro, ya casi sin descanso.

Vetas blancas ocasionales sobre la roca oscura.

Las cabeceras de los rápeles están instaladas bastante en la vertical, lo que está bien para minimizar los roces. Alcanzar algunas de ellas es bastante expuesto, pero solemos encontrar puntos para acercarnos con pasamanos.

A veces hay que buscar un poco lejos.

Me quedo asombrado de la homogeneidad del descenso: los rápeles se parecen mucho unos a otros, la roca es sorprendentemente uniforme en formas y color, las paredes son de una verticalidad sostenida. Y ninguna poza permite saltar o toboganear, ¡lástima!

Encadenando varios resaltes.

No cubre. Todo está relleno de grava.

Llevamos unos 20 rápeles y nos alcanza un personaje con un casco forrado de terciopelo, como de polo. ¿Cómo es posible? No recuerdo habernos encontrado nunca con nadie que vaya más deprisa que nosotros, hablando de barrancos con rápeles. ¡Y son más que nosotros! Tanto nos empiezan a achuchar, que decidimos hacer una parada aprovechando que alcanzamos el puente que divide el descenso, y que es uno de los primeros puntos donde nos da el sol. Mientras comemos algo, los saludamos y vemos cómo nos adelantan... ¡Van corriendo! Y ni pasamanos ni leches: dan un pasito para agarrarse a la reunión, instalan y para abajo. Pues como les falle ese pasito, último rápel.

Aquí llegaron, pasaron la cuerda por alguna de esas anillas, y rapelaron.

Damos unos minutos de ventaja al grupo de italianos y nos lanzamos a por el resto del descenso. Llegamos a las cabeceras que veíamos desde el puente y no se nos ocurre pasar "a la italiana", sin pasamanos. El descenso se encaja y se verticaliza aún más. Sigue la tónica de la parte inicial, un puntito más técnico y estético.

No era tan sencillo pasar ese desviador.

En algunos rápeles cogemos agua, para darle vidilla.

Las paredes se abren un poco. Vemos la casa y la captación que nos había indicado Romeo como última escapatoria. Un par de rapelillos y el suelo desaparece: estamos en el salto final. Al fondo, muy al fondo, se ve el pueblo y el arroyo, ya manso, buscando el fondo del valle.

La cabecera del gran salto final.

Bajo el primero. Nos hemos aprendido que es un rápel de 23 hasta una reunión que no se ve aún. Según desciendo, la cosa está clara: hay que desviarse un poco hasta una colección de anclajes a la izquierda. No sé cómo el mejor barranquista de España pudo saltarse eso: quizás sabía algo que nosotros no... Aseguro el final del primer rápel al pasamanos e instalo la primera tirada de 60 metros. En la repisa están nuestros colegas italianos. ¡Qué pasada de rápel! Bajo los primeros metros volados y sigo por un tobogán totalmente uniforme. La cuerda no roza absolutamente nada en los 60 metros.

Desde la reunión de -23. Lo del fondo son humanos, no hormiguitas.

Un tobogán de 60 metros prefectamente uniforme.

Doy el libre y veo algo en el aire, delante de nuestras narices. ¡Un dron! ¿Habrá turistas grabándonos? Baja Miguel, está tan exaltado como yo. Pocos rápeles hemos hecho como éste, y aún queda otro...

Esperamos un rato a que terminen los italianos mientras recuperamos la cuerda, sin polipastos ni problemas. No me parece tan mala nuestra técnica, la verdad. Pero habrá que consultar el asunto con el mejor barranquista de España, para que nos ilustre.

La cabecera del segundo rápel. El último de las vacaciones.

El segundo rápel de 60 metros es más abierto, pero no por ello menos espectacular. La pared ya no es tan lisa, lo que hace que el agua salte y se pulverice en una lluvia fina; y con el sol que nos da de lleno, es como si fuésemos persiguiendo a un "círculo iris". Toco suelo con una sonrisa que me da la vuelta a la cara. ¡Vaya final de fiesta!


Resulta que el dron era del grupo que nos ha adelantado. Los italianos nos invitan a tomar una cerveza. Por supuesto, aceptamos. Nos cambiamos y vamos a buscarlos. No hablan inglés ni francés, pero una de ellos habla español. Nos cuentan que son cada uno de una parte de Italia, o de Suiza. Miguel se ocupa de preguntarle a la chica si podrían pasarnos el vídeo. Pero al dar la sensación de estar más interesado en la chica que en el vídeo, su novio, que resulta ser el dueño del dron, se yergue como una suricata justo antes de que Miguel y la chica intercambien sus cuentas de Instagram.


Pensando en el viaje de vuelta, nos despedimos de casco-polo, suricata y compañía. Romeo también había venido a ofrecernos una botella de su vino. Como nos dicen que a esas horas no hay ninguna pizzería abierta, pasamos a Francia y obtenemos el mismo resultado, por lo que terminamos comiendo otra vez un bocata de nuestro embutido en un banco de Briançon.

Llegamos a Aranda, que está en fiestas, a las 8 de la mañana del domingo. ¡Vaya seres me encuentro por la calle a esas horas! Por la tarde toca feria con los niños...